septiembre 02, 2020




No nos es dado captar la verdad, que es idéntica a lo divino, directamente. La percibimos sólo en la reflexión, en el ejemplo y el símbolo, en las apariencias singulares y relacionadas. Se nos presenta como un tipo de vida que nos resulta incomprensible, y sin embargo no podemos liberarnos del deseo de comprenderla.

Goethe.

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Hay un pensamiento, una fantasía recurrente tal vez, que el propósito de la vida es lograr la felicidad. Después de todo, incluso la Constitución de los Estados Unidos promete "la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad". ¿Quién no anhela llegar algún día lejano a esa pradera iluminada por el sol donde, sin problemas, podemos descansar, permanecer un tiempo y ser felices? 

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Pero la naturaleza, o el destino, o los dioses, tienen otro pensamiento que sigue interrumpiendo esta fantasía. La división, la discrepancia entre lo que anhelamos y lo que sufrimos como limitación, ha perseguido a la imaginación occidental. Para Pascal no somos más que frágiles cañas que pueden ser fácilmente destruidas por un universo indiferente, y sin embargo somos cañas pensantes que pueden conjurar con ese cosmos. El Fausto de Goethe habla de las dos almas que luchan en su seno, una aferrándose a este planeta giratorio y la otra anhelando los cielos. Nietzsche nos recuerda ese día en el que descubrimos y lamentamos el hecho de que no somos Dios. William Hazlitt observa: 

"El hombre es el único animal que ríe y llora, porque es el único animal al que se le da la diferencia entre lo que son las cosas y lo que deberían ser."(1) 

Joseph Knecht en "El juego de las perlas de cristal" de Hesse se lamenta: 

"Oh, si tan sólo fuera posible encontrar la comprensión... Si tan sólo hubiera un dogma en el que creer. Todo es contradictorio, todo es tangencial; ya no hay certezas... ¿No hay ninguna verdad?"(2) 

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La letanía que surge de la brecha entre la esperanza y la experiencia es interminable. El hecho de sufrir estoicamente, reaccionar heroicamente o quejarse de la propia condición parece una elección onerosa pero inevitable. Pero la psicología Junguiana, y la práctica disciplinada de crecimiento personal que promueve, ofrece otra perspectiva basada en la suposición de que el objetivo de la vida no es la felicidad sino el sentido. 

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Podemos experimentar momentos de felicidad, pero son efímeros y no pueden ser creados ni perpetuados por la esperanza. Más bien, la psicología Junguiana, así como gran parte de la rica tradición religiosa y mitológica de la que extrae muchas de sus ideas, afirma que son las tierras pantanosas del alma, las sabanas del sufrimiento, las que proporcionan el contexto para el estímulo y la consecución del significado. Hace 2500 años Esquilo observó que los dioses han ordenado un decreto solemne, que a través del sufrimiento llegamos a la sabiduría. 

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Sin el sufrimiento, que parece el requisito epifenomenal para la maduración psicológica y espiritual, uno permanecería inconsciente, infantil y dependiente. Sin embargo, muchas de nuestras adicciones, apegos ideológicos y neurosis son huidas del sufrimiento. Uno de cada cuatro norteamericanos se identifica con los sistemas de creencias fundamentalistas, buscando en ellos desahogar su viaje con valores simplistas, en blanco y negro, subordinando la ambigüedad espiritual a la certeza de un líder y a la oportunidad de proyectar la ambivalencia de la vida sobre sus vecinos. Otro veinticinco o cincuenta por ciento se entrega a una u otra adicción, anestesiando momentáneamente la angustia existencial, sólo para tenerla implacablemente de vuelta al día siguiente. El resto ha elegido ser neurótico, es decir, montar un conjunto de defensas fenomenológicas contra las heridas de la vida. Tales defensas atrapan al alma en una respuesta siempre reflexiva a la vida, que no se basa en el presente sino en el pasado. 


Un viejo dicho dice que la religión es para aquellos que tienen miedo de ir al infierno; la espiritualidad es para aquellos que han estado allí. A menos que seamos capaces de ver la discrepancia existencial entre lo que anhelamos y lo que experimentamos, a menos que abordemos conscientemente la tarea de la espiritualidad personal, nos quedaremos para siempre en la huida, o en la negación, o nos consideraremos víctimas, amargados y mezquinos para nosotros mismos y para los demás. 

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El pensamiento, motivo y práctica de la psicología Junguiana es que no hay un prado iluminado por el sol, ni un tranquilo emparrado de sueño fácil; hay más bien pantanos del alma donde la naturaleza, nuestra naturaleza, pretende que vivamos una buena parte del viaje, y de donde se derivarán muchos de los momentos más significativos de nuestras vidas. Es en los pantanos donde el alma se forma y se forja, donde encontramos no sólo la gravedad de la vida, sino su propósito, su dignidad y su más profundo significado. 

James Hollis

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1The Oxford Dictionary of Quotations, p. 243. 

2 Hermann Hesse, The Glass Bead Game, p. 83. 

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